viernes, 5 de agosto de 2011

Crítica del diario La Nación

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Espectáculos


Drama

Negra leche del alba

Con la mano maestra de Corina Fiorillo, dos actores que conmueven: Di Gerónimo y Mango

Viernes 05 de agosto de 2011 | Publicado en edición impresa
Negra leche del alba
Susana Di Gerónimo y Alejo Mango, en dos trabajos inolvidables. Foto LA NACION

Autora: Patricia Suárez / Dirección: Corina Fiorillo / Intérpretes: Susana Di Gerónimo y Alejo Mango / Escenografía y vestuario: Carlos Di Pasquo / Música original: Rony Keselman / Diseño de iluminación y fotografía: Soledad Ianni / Asistencia y producción ejecutiva: Claudio Santibañez / Sala: Tadron (Niceto Vega 4802) / Funciones: Viernes, a las 21 / Duración: 60 minutos
Nuestra opinión: muy buena

Tres gradas mirando al centro, que contiene una silla que será ocupada por los personajes. Nada más. Las paredes y las cortinas que nos separan del exterior son negras. Es una esquina de Buenos Aires y pasa algo. Dos actores impecables narran sus penas. Detrás de la guerra, detrás de los conflictos políticos, hay seres humanos con sus miserias y sus culpas, con sus desgracias y sus soledades, con sus conflictos internos y el no saber qué hacer para seguir adelante, huérfanos, hambrientos.

Si hay una directora que sabe calar hondo en la sensibilidad de la platea es Corina Fiorillo. Con Kalvkött, carne de ternera aún en cartel en el ciclo Teatro x la Identidad -que consiguió cinco merecidas nominaciones a los premios ACE-, en donde explora lo que deja en el alma el exilio forzoso, lo que se extraña, los pequeños detalles, aquella comida que nos cocinaba nuestra madre; nos trae ahora esta nueva propuesta con dos de los actores que integran aquella obra. Esta vez parte de la obra poética de Paul Celan y, con textos de Patricia Suárez, emprende una nueva búsqueda, pero que también parte de una situación social y política para aterrizar en aquellos seres que están atrás, los que sufren pero que para muchos son invisibles. Sólo dos monólogos alcanzan para desnudar a estos dos personajes en escena que van contando sus dolores, su falta de cobardía o su extrema valentía, siempre dependiendo del ángulo desde donde miremos sus acciones.

Una mujer con la cabeza cubierta con un pañuelo negro le habla a alguien que la está entrevistando para no sabemos qué, y no importa. Lo que sí importa, y mucho, es su pena. Llora la media hora que dura su relato, sin parar, con un llanto bajito, por momentos tímido, como si hubiese perdido el derecho a llorar; esa mujer, esa italiana que ha sufrido los embates de la guerra, cuenta que perdió todo, su marido, los dientes, el pelo, las ganas, todo menos el hambre que siempre estaba ahí. Su aspecto, tan expresivo, tan vívido, tan despojado de todo, recuerda a esos personajes cinematográficos del neorrealismo italiano, casi una postal de una película de De Sica.

Luego aparece él, primero nos da gracia, cuenta chistes; le habla a alguien que está detrás de la puerta. Es judío y ha padecido la ocupación alemana. Lo interesante es que los espectadores vamos entrando poco a poco en el relato sufrido, como si ese dolor estuviera siempre latente, a punto de estallar, y esa noche por fin lo vino a visitar. Y nosotros estamos presentes para escucharlo.

Jazmín Carbonell

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