jueves, 12 de marzo de 2009

Derrapados
Por Soledad Álvarez Campos
Derrapados
Dramaturgia, dirección y realización de muñecos: Silvia Copello.
Actores: Marta Igarza y Santiago Ojea.
Fotografía: Lía Caro.
Diseño de luces y operación: Oscar Canterucci.
Música original: Rony Keselman.
Teatro del Pasillo, Colombres 35, Almagro. (Reservas: 49815167)
Funciones: Viernes 21hs. Entrada: $20. Duración: 50 minutos
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- ¡El horno está prendido! ¿Estás cocinando algo?- pregunta Tomás.

- Ah. Me olvidé. Dejé secando unos ojitos- contesta Gaby despreocupada.

Ella se dedica a confeccionar muñecos. Como espectadores, intuimos que estos muñecos han ido invadiendo el espacio poco a poco, y que ya no hay vuelta atrás. Hay cabezas de muñecos hasta en la entrada de la sala del teatro, muñecos que salen de escena, que podríamos llegar a representar nosotros mismos, allí sentados en la oscuridad de la platea.

Hay sólo dos personajes: Gaby (Marta Igarza) y Tomás (Santiago Ojea) -exceptuando el muñeco con tamaño de humano que acompaña como un personaje más-. Ellos están casados y viven una vida que superficialmente y de a momentos, no sale de lo común. La mujer se pasea por el living en camisón con pasos cortos y pausados, moviendo, de un lugar a otro, canastos de mimbre llenos de partes de muñecos próximos a ser articulados. Él, trabaja en una oficina y vuelve a la monotonía de su casa por la noche. Cualquier intromisión externa – un llamado por teléfono, algo fuera de la rutina- no es bienvenida en éste hogar.

La acertada música con tinte siniestro de Rony Keselman, se escucha en momentos decisivos. A veces es la mujer la que tararea la melodía, lo que la torna un tanto escalofriante. Pero la mayor parte del tiempo, son los pasos de ambos personajes los que musicalizan la obra y quizás, el sonido más presente es el de lo no audible: el silencio que tensiona el ambiente.

La actuación de ella es memorable, sentada en su silla roja, con una aguja en la mano y concentrada en su trabajo, gesticula hasta con los soquetitos blancos de los pies. Él hace también lo suyo, muy comprometido con su papel y generando en el espectador sentimientos ambivalentes que van de la ternura a la lástima.

Todo el tiempo se trata de disimular, disimular la locura tal vez, disimular el vacío y la soledad. Y sobrevuela con intensidad de principio a fin un suspenso entremezclado con pizcas de humor que lo hacen tener varios climas muy interesantes.

Recomendable la propuesta de Silvia Copello, quien nos invita a disfrutar del teatro de suspenso (género no muy recurrente en la cartelera) que sabe explotar con la ayuda de una puesta en escena y una iluminación que crean el clima propicio para estar, por momentos, petrificado en la butaca.

Derrapando desde el principio, el final es inminente.

El horno venía cocinando algo desde hacía un tiempo atrás.


Publicado en Leedor el 11-03-2009