La música (Rony Keselman) es un actor vital de esta obra dotándola de un espesor y una porosidad tan cautivadora que no solo enhebra trama y subtrama, sino que condimenta todo el relato de una mayor profundidad de campo en lo emocional-espiritual de ambos personajes.
Ana Padilla luce bien anclada en esta brava
parada. Su crecimiento actoral se ha consolidado devolviendo paredes en
cada respiro de la obra y ello no es un dato menor. Tener en el propio
escenario a Roxana Randón no es gratuito. Exige dar todo de sí y lo logra con creces.
Ello se nota ya que las dos actrices tienen un juego tridimensional
en todo su recorrido. Piensan, hablan y accionan sus cuerpos. No se
sabe nunca para donde irán con sus conflictos a cuestas. Allí se nota el
trabajo notable de la dirección de Mónica Buscaglia. Impecable.
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